miércoles, 28 de julio de 2010

BICENTENARIO DE NUESTRA LIBERTAD

Vinculación estrategia Desfile: Conmemoración Bicentenario de la libertad

El Doctor Fredy Rivera Jefe de la Oficina de Planeación hizo una lectura alusiva a los hechos que antecediron al 20 de julio de 1810 en nuestra región:

En lugar de hacer la lectura acostumbrada de los hechos del 20 de julio en Bogotá y hablar sobre el florero de Llorente, hoy hemos querido hacer una lectura diferente para resaltar la importancia de Casanare y especialmente de Trinidad en hechos mas importantes y que sirvieron de detonante a lo que sucedió el 20 de julio de 1810

Los hechos revolucionarios de 1810 en la Nueva Granada se desencadenaron a partir del Grito Libertario de Quito del 10 de agosto de 1809; prosiguieron en Casanare el 15 de febrero de 1810; continuaron en Caracas el 19 de abril, y después en sendas sublevaciones en Cartagena (22 de mayo), Mompox (19 de junio), Cali (3 de julio), Pamplona (4 de julio) y El Socorro (10 de julio), hasta alcanzar la capital del virreinato el 20 de julio siguiente, fecha considerada como el inicio de la independencia de Colombia. La historia se ha concentrado en la fecha y en los acontecimientos del 20 de julio de 1810 olvidando los hechos que le antecedieron y que fueron los que generaron el grito de independencia.

Esta cadena de acontecimientos es relatada en su Diario Político de Santafé de Bogotá por Francisco José de Caldas, considerado por varios historiadores como el líder de la revolución:

“Este odio silencioso pero concentrado [entre españoles y americanos] empezó a expresarse un poco con los sucesos de Quito del 10 de agosto de 1809, las prisiones de Nariño, de Miñano, de Gómez, de Azuero, de Rosillo y de otros inflamaron los ánimos, pero sin salir el descontento general del reciento doméstico; se murmuraba con calor pero al oído. La escena trágica y sangrienta de Pore hizo hablar más recio; los movimientos de Caracas, de Cartagena, del Socorro y de Pamplona reanimaron los corazones, hasta el punto que una sola palabra bastó para romper nuestro silencio y los diques de nuestro sufrimiento el 20 de julio de 1810”. Esta narración de Francisco Jose de Caldas nos permite precisar que el florero de Llorente no fue más que una excusa de algo que ya había germinado en otras regiones como Casanare, y no solo Pore tiene que ver en ese episodio, ya que el mismo Trinidad jugo un papel en esos hechos anteriores al 20 de julio de 1810.

Lo que Caldas llama en 1810 “la escena trágica y sangrienta de Pore”, tan ignorada dentro de la historia, fue algo más que una escena.

Los promotores de la revolución de Quito divulgaron por todo el Reino de Granada sus protestas, con el objeto de crear una junta autónoma de gobierno. Un mecanismo que utilizaron fue el de la divulgación de los llamados catecismos políticos. Aunque este intento revolucionario fracasó, se siguieron organizando juntas clandestinas, trasladándose el foco de inconformismo a la Provincia del Socorro; siendo la casa del canónigo Andrés Rosillo y Meruelo el sitio de encuentro de los líderes del movimiento. Se reunieron allí Antonio Nariño, Joaquín Caicedo, Joaquín Ricaurte, Sinforoso Mutis, José Acevedo y Gómez y otros que una vez más buscaban organizar la lucha contra la hegemonía hispánica.

Los conspiradores reunidos quisieron sorprender un envío de armas que había ordenado el Virrey para controlar la situación en Quito. El 10 de noviembre salió el grupo al encuentro de las armas; se destacaban Joaquín Ricaurte, Joaquín Barrero, Joaquín Castro, Carlos Salgar y José María Rosillo, quienes esperaban hacer el asalto y distribuir las armas entre los rebeldes. Dicho asalto no resultó como se esperaba, pues se realizó sin la rapidez necesaria. Fracasó porque cuando llegaron al sitio señalado las tropas reales ya habían pasado. En cambio, fueron descubiertos y perseguidos por las tropas realistas, siendo apresados Antonio Nariño y Agustín Estévez entre otros; mientras que otros lograron huir, escogiendo como sitio de escape los Llanos.

Carlos Salgar, José María Rosillo, y Vicente Cadena, primo de Rosillo. Llegaron a saber que en Casanare reencontrarían algunas armas y lo más importante, el apoyo de sus habitantes; era conocido que las armas con que contarían en Casanare, estarían en poder de las autoridades civiles, en el palacio del gobernador Remigio Bobadilla, para guardar la tranquilidad de la provincia. En Casanare las autoridades virreinales no tenían fuerzas regularizadas porque por su escaso número de habitantes no llegaron a pensar que representaran peligro para el gobierno colonial.

Era conocido que los misioneros también tenían buena cantidad de armas, las que utilizaron con los mestizos para que les ayudaran a domar y catequizar a las tribus salvajes de la provincia, y además para que los misioneros tuvieran protección en las labores que desarrollaban en las comarcas.

Los rebeldes esperaban contar con esas armas que había en la región, no importaban cómo fuera el modo de conseguirlas; lo que los conllevó a tejer una redada para lograr esos elementos bélicos que tenían en la casa del gobernador, como las que tenían los misioneros.

Casanare se convierte en el punto de partida para organizar una fuerza insurreccional debido a varias razones, entre ellas: el hecho de ser una región aislada del gobierno central; el sentimiento libertario de sus habitantes; el escaso dominio del gobierno colonial. Además estaba latente el sometimiento y el engaño que el gobierno había cometido contra el movimiento comunero en 1782, dado que muchos de los que participaron fueron perseguidos y encontraron como salvación huir hacia los Llanos donde podían tener tranquilidad.

Los adolescentes Vicente Cadena, José María Rosillo y Carlos Salgar llegaron con la firma convicción de organizar un movimiento de resistencia ante el gobierno virreinal; así, se desplazan por las distintas misiones del Llano casanareño en búsqueda de simpatizantes a la idea. Con un grupo de seguidores llegaron a San Miguel de Macuco, donde buscan al corregidor, a quien intentan apresar, pero como se encontraba en Guanapalo decidieron seguirlo, dándole alcance y lograron arrebatarle algunas armas.

Los constantes movimientos de los insurrectos en las dilatadas llanuras despertaron un ambiente de rebelión, el que se extendió con rapidez y entusiasmo entre todos los habitantes llaneros; además, se destaca el caso particular de los misioneros del llamado clero bajo, el cual estaba identificado con la resistencia frente al gobierno. Es el caso de fray José Antonio Jaramillo, cura de Guanapalo, quien se preocupó se esmeró por atenderlos, proporcionándoles provisiones, algunas armas y caballos para desplazarse.

Además de la buena acogida del párroco de Macuco y Guanapalo encontraron apoyo en otros misioneros, como el prefecto de las misiones fray Pedro Cuervo, de La Trinidad, quien les ayudó a conseguir armas, víveres abundantes, caballería para trasladarlos por la sabana, además les auxilió con dinero.

La ayuda que prestaron los misioneros a esta insurrección se debe al concepto ideológico que manejaron los rebeldes frente a los religiosos cuando se mostraban adheridos a Dios y a Fernando VII, pero atacaban al virrey de Santafé y a don Manuel Godoy como traidores del monarca y como opresores y tiranos del pueblo.

Entusiasmados por la acogida al movimiento, el 11 de febrero de 1810 salieron de Macuco hacia Pore la capital y era donde existía mayor dominio del gobierno virreinal. Partieron con el proyecto de hacer un asalto al gobernador Remigio María Bobadilla, quien tenía en su gobernación buena cantidad de armas y municiones, las que servirían para aumentar la insurrección iniciada.

En el camino, llegando a Trinidad, se les incorporó Carlos Salgar, quien había conseguido dos cañones pequeños y otros elementos de guerra que le había proporcionado el cura de Santa Rosalía; así mismo el cura de La Trinidad, fray Juan de Dios Pérez, también les hizo valiosos aportes en elementos bélicos traducidos en regular cantidad de munición y además algunos víveres.

Con ese importante apoyo del sector religioso, los habitantes se sentían motivados y pasaban con mayor entusiasmo a las filas rebeldes, y así las tropas rebeldes aumentaron inusitadamente. Llegaron a Pore el 15 de febrero en la madrugada, logrando tomarse la capital sin problema alguno. Pero contaron con mala suerte al no encontrar en la gobernación a don Remigio Bobadilla, quien se encontraba en Támara.

Los insurgentes iniciaron su actividad concientizadora frente a los habitantes de Pore y las autoridades del Cabildo y del Resguardo, pero estos aprovecharon para urdir una celada contra los cabecillas del movimiento. Los funcionarios del Cabildo y del Resguardo inventaron una reunión con los rebeldes para convencerlos que desistieran de la empresa de atacar a las autoridades, pero el objetivo era conocer a los cabecillas y apresarlos, ya que sabían que sin éstos podrían destruir fácilmente el movimiento. El único que asistió fue Carlos Salgar, pero sintiéndose acosado, notó el plan que tenían, salió en veloz carrera a la calle, llamando a sus compañeros, quienes acudieron de inmediato, pero los cabildantes se disculparon y tratando de disimular su acción contra los rebeldes se retiraron.

Sin tomar precaución alguna y con desconcierto, esa misma tarde se retiraron los rebeldes a Nunchía, en donde encontraron apoyo del alcalde Pedro Pinzón, viejo comunero que se unió a estos y juntos continuaron hacia Morcote. El error de no apresar a las autoridades de Pore fue el preludio del fracaso, ya que estos se unieron y llamando a las autoridades de Ariporo y de Chire se organizaron y salieron en su persecución.

El domingo 18 de febrero el sueño de los insurgentes fue interrumpido por las voces pidiendo rendición. Los rebeldes opusieron resistencia; sin embargo unos huyeron, otros murieron y otros cayeron presos, entre ellos Vicente Cadena y varios de sus compañeros. Salgar y Rosillo lograron escapar, pero Rosillo fue aprehendido días después en el hato del Tocaría, de donde fue llevado a Pore, donde estaban los demás cautivos.

El tercero logró salir a Tunja, pero allí fue apresado y llevado a Santafé, liberado el 20 de julio y de inmediato se incorporó a las fuerzas republicanas y murió en 1816 en las montañas del Huila.

Cadena y Rosillo, hechos prisioneros en Pore, se les inició un fuerte proceso para determinar su castigo; para lo cual se ordenó la ejecución en la horca a los dos mártires Cadena y Rosillo, declarándolos enemigos públicos.

El gobernador don Remigio Bobadilla no tuvo otra alternativa que ordenar la sentencia para el 30 de abril, ahogando así el primer grito de revolución granadina. El 30 de abril de 1810 los condenados Cadena y Rosillo fueron indagados con indolencia, sin derechos a la defensa. Estos mártires fueron sacrificados aquella tarde, entre la una y las tres. Estaba determinado pasarlos por la horca, pero como no hubo verdugo capaz de proceder de esa forma, las autoridades resolvieron hacerlos fusilar. Luego de arcabucearlos, les quitaron las cabezas, las cuales fueron entregadas ensangrentadas a don Dionisio Chacón y a Miguel Camacho. Estos partieron para Santafé con su cargamento mortal para ser entregado a las autoridades virreinales, quienes quisieron ponerlas en escarpias para atemorizar a los granadinos que pensaran sublevarse.

Consumada la sentencia, los habitantes de Pore entraron en horror e indignación contra las autoridades virreinales. También en Santafé fue calificado como el crimen más abominable. Sucesos que llenaron de furor e indignación a todos sus pobladores.

Con estas ejecuciones, los jóvenes socorranos, de apenas 18 años, se convirtieron en los primeros mártires de la revolución granadina, después de los líderes comuneros de 1781. los habitantes de la provincia de Casanare, como testigos de tan inescrupulosa represión, empezaron a manifestar su repudio con el inicio de nuevos grupos de resistencia para lucha contra el gobierno virreinal. Los sucesos de Casanare sirvieron para que los llaneros tuvieran plena identificación del enemigo; grupos que empezaron a surgir con la firmeza de declararlos enemigos a muerte debido a que sentían mancillada y humillada la dignidad humana, la dignidad de ser llaneros. Estos hechos fueron los que permitieron hablar más recio a los americanos y que sirvieron de preludio a lo que sucedió el 20 de julio de 1810 hechos que se desarrollaron en Casanare y que tuvieron a Trinidad como parte de la historia.